No hablo de ninguna cofradía residente en un populoso barrio sevillano allende los puentes.
No nombro ninguna calle en la que se prodigan el arte y los mentideros cofrades, como no cabría esperar de otra forma teniendo en cuenta los vecinos que por allí se ubican.
Hablo del trozo de tela encolada que se ciñe a la cintura de los cristos sujetándose con un espartano cordel.
¡Cuánto arte se puede llegar a poner en un trapo y una cuerda!
Los pudorosos criterios eclesiásticos dieron lugar a este recurso que, partiendo de un paño atado cual pañal, llega a adoptar formas airosas y escuetas, como queriendo librarse de la función para la que fue creado.
Con mil formas de nudos, viento, pliegues propios del peso de la tela o ajustándose a las formas del cuerpo puede ser en algunos casos la parte de la talla en la que más claramente se puede reconocer la impronta de un autor, ya que es la que está mas abierta dentro de los cánones establecidos.
Por cierto, el cristo que porta este paño de pureza está en Sevilla. Ahora toca adivinar cual es.
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