Dentro de un cortejo procesional hay muchísimas personas que colaboran poniendo su grano de arena para crear el halo que rodea a este acontecimiento, como si se tratase de una burbuja móvil aislada del resto del mundo.
De todas esas personas, las hay muy visibles o llamativas, como puede ser el capataz del paso o como puede ser un nazareno (estos últimos más aún cuando escasean), pero hay mucha gente que contribuye de gran manera y pasan desapercibidos.
¿De quien hablo? Pues por ejemplo de los músicos que nos llenan los oidos, del acólito que nos llena el olfato y en parte la vista, del equipo de priostría de turno que hace que nuestras retinas se saturen y, cómo no, de la persona encargada de aportar la luz.
¿Qué sería de la semana santa sin la luz tenue de las velas?
Las velas le aportan a la estampa un toque de romanticismo, como si se tratase del pegamento que une cada uno de los elementos para hacer una estampa propia de otros tiempos.
Habilidoso trabajo el de la cera... ¡Díganmelo a mí!
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